Transfugas


Los trabajos del celebrado Zigmunt Bauman abundan en vaguedades difícilmente asibles por lo metodológico y un universo categoríal que coquetea más con la metáfora literaria que con una herramienta del leguaje útil a la hora de hacer inteligible los objetos aludidos y sus problemas.

No obstante, sus textos guardan el encanto de una aguda intuición respecto a la experiencia histórica de nuestro tiempo. En Amor Liquido, el autor nos propone leer el carácter actual de las relaciones afectivas en base a una matriz cibernética que deposita en cada usuario la salvaguarda de su soberana potestad de conectividad y desconectividad a propio antojo. Vale decir, las personas establecen lazos en base a su voluntad de conectarse con los otros, pero del mismo modo se reservan la opción de eyectar a quien fuere de su vida en el momento que este así lo disponga.

Una vez mas la metáfora no es antojadiza. La cibernética, mas alla de las asociaciones con la ciencia ficcion que podamos llegar a establecer a primera oida, fue una corriente de pensamiento que toma su nombre del vocablo griego según el cual estaríamos hablando de una ciencia del control y del pilotaje. Asumiendo entonces la procuración por el control de la situación, la experiencia resultante es la de individuos/usuarios que capaces de controlar la situación. Ahora bien, la situación aquí evocada emerge como la ubicación espaciotemporal de cada individuo velando que las situaciones vivenciales se brotan en el plano de una construcción intersubjetiva.

El autor atribuye este modus vivendus al terror al compromiso. Yo diría que esto es mas bien un aspecto complementario de otros dos factores que se nos han vuelto intolerables: El conflicto y el dolor.

Ya se sabe, el conflicto, inherente a la condición política del ser humano, se ve cooptado por el consumo, en la realización de una vida confortable que nos permita su sublimación por vía de la simulación lúdica. Así el cazador deviene videojueguista y el revolucionario, votante.

Como fuere, el conflicto es algo negado, ya que este nos compromete y no precisamente en sentido en el que Bauman habla de compromiso, que creo interpretar como un compromiso trascendente, mas allá de la lógica costo/beneficio con el que la mercancía nos ha domesticado para movernos en este mundo. Más bien, un cuerpo de creencias que ponemos y sostenemos en común. Quizá la pista este en la etimología del término compromiso: Compartir la promesa.

Nos referimos aquí a que el conflicto nos compromete de un modo acaso más inmediato. En el aquí y ahora, en una compulsión a actuar. Nos expone a ser protagonistas. Y una probable consecuencia para quien se expone es el fracaso, la derrota, el dolor.

Ya se sabe toda la industria que se pone en marcha para los amorigeradores del dolor que van desde analgésicos (Con los cuales, paradójicamente, una publicidad nos alentaba desde las graficas del subte a “enfrentar el dolor”), hasta implantes estéticos. Modos de negar el dolor físico y espiritual. En un tiempo en el que el honor no se dirime poniendo en juego la vida en un duelo sino a través de demandas monetarias en la corte, no debería extrañarnos los ardides mediante los cuales se anestesia constantemente nuestra capacidad de resolver conflictos o padecer consecuencias. Acaso lo mejor del consumo es que siempre se puede adquirir una solución que nos libre de cualquier oprobio, llámese este servicio lavandería, divorcio u aborto.

Para redimirnos de la exposición a situaciones innecesarias o dolorosas, el moderno mercado ha instituido una forma acaso mas laxa y dinámica de relacionarse entre las personas. No hablaremos aquí de la experiencia temporal, para la que reservó una próxima entrada.

Señalaremos, sí, la contradicción en la que se ponen en juego los derechos del individuo para conectarse y desconectarse a voluntad y la de quien puede legitímenle sentirse estafado al ser unilateralmente desvinculado del lazo o relación de la que creía ser mutuamente participe.

Evidentemente nadie puede someter a otro a permanecer en compañía de quien no desea. Y acaso todo fin de una relación sobrelleva el recurrente lastre de que uno de los dos ya a partido y el otro todavía trata de metabolizarlo. Sin embargo siempre han existido pautas y rituales reparatorios con los cuales cellar estos trances. La novedad radica en el oficio de tránsfuga (en transito de fuga) de quienes ya ni siquiera voltean a dedicarle ese pequeño lapso de amargor al otro. Sencillamente cambian de canal.

El falico control remoto en nuestra mano nos habilita esa gratificante sensación de poder sobre nuestro pequeño mundo en una inédita precarización de la labor afectiva mediante dispositivos de deshumanizaciones tan maravillosamente sutiles y eficaces como la aparentemente inocua acción de eliminar un contacto del msn…

En este escenario imaginario en el que alguien no puede moverse como si estuviera solo en el mundo, se pondrían en juego el ejercicio de una libertad asumiendo también sus costos y responsabilidades. Nuestra época en cambio, ha formateado nuestras subjetividades con una desapasionada indolencia que nos arrebata de la posibilidad de conmoverse (moverse con o hacia) por el otro. De dejar de anteponer una lógica que solo actúa en función de la maximización de las propias gratificaciones para asumir que de vez en cuando debemos hacer las cosas de un modo que no nos gustan, por que es un deber hacerlo así.

A su vez, esta lógica del descarte y el zapping in continuoun genera una pasmódica atrofia de la experiencia, en la cual el gambeteo del dolor impide también todo crecimiento. Condenándonos a un eterno retorno como el del prometeo encadenado a quien los buitres devoraran sus entrañas una y otra vez, tal era la idea de castigo que los griegos concebían.

Poco parece lo que desde nuestra diminuta cotidianeidad podemos hacer para que estos dispositivos no nos ganen la cabeza o amortajen nuestra sensibilidad. Sin embargo a cada instante de nuestros actos ponemos en juego una elección soberana. Es menester inventariar nuestros hábitos para revisar que cosas realmente se condicen (aun conflictiva y contradictoriamente) con el deceso de nuestro corazón y que cosas son del orden de esa compulsión cobarde por abrazar cualquier destino que nos libere de la responsabilidad de nuestros actos. Siempre podemos equivocarnos, podemos incluso poner las cosas de tal modo que ya no allá regreso posible. Lo que no perderemos nunca es la potestad de volver sobre nuestros pasos y asumir los errores, reconocer que tal vez no fuimos tan maravillosos y aunque esto parezca al fin no remediar nada, será parte del costo de una experiencia en su doble acepción: Una justa y sabia elaboración de los equívocos y un experienciar profunda y amorosamente la vida.

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