Uno contra uno


Con la misma pasión de quien saca callos en las yemas en el empeño del dominio del diapasón de su guitarra, los nudillos se amoratan en los impacto que pulveriza los vasos capilares en los entre dedos.
No se trata de convertirse en una pelota de carne para lucir su musculosa en el boliche. Eso resta velocidad y explosión. Es para “paquetes” que van a estar en el suelo antes de poder notar tu fulminante recto al mentón.
No hay aquí estirados haciendo musculación frente al espejo mientras observan masturbatoriamente crecer el volumen de sus bíceps al confortable son del hard rock o el tecnoaerobico de turno. Es entre cumbias y cuartetos, que se busca ese límite a la resistencia física que implican apenas unos minutos de tirar desaforadamente guantes con un rival que de vez en cuando te toca la cara y te hace explotar de impotencia hasta que te encegueces...
Y es que después de seis rounds de bolsa los brazos se hinchan como los de un patova, si, pero con un hambre indescriptible de medirse ante un igual. Ruge la dilatación de las venas, queman los tríceps y las falanges quieren seguir impactando en algo mas estimulante que la cuerina de la bolsa.
Llegando la noche empiezan a caer los muchachos. Silenciosos, sus rostros cetrinos, amnésica herencia de principes mapuches, ranqueles o guaranies, descargan contra la bolsa la frustración de una jornada de humillaciones. De una vida de privaciones. De una rutina sin mas gloria que la mísera fortuna del pan sobre la mesa.
Algunos, unos pocos, buscan desesperadamente zafar de su condicion. Otros, quizá como yo, no pretenden hacer carrera. Solamente rehuir la domesticidad que la vida burguesa impone. Saber una vez mas que aunque sean trampas de la nada el arte y el amor, el cuerpo, irreductiblemente, siempre esta alli… Padeciendo, gozando, castigando… nadie puede refutarlo por que esta alli levantando testimonio!
La secularización del dualismo platónico-cristiano que durante todo el medioevo separo al cuerpo del alma, depositando en esta ultima todas las virtudes y haciendo del cuerpo la aborrecible expresión del pecado, privo a la corporeidad la capacidad de su propia experiencia. Si lo importante es el alma, que en la modernidad va a abandonar su escencialismo místico para pasar a ser otro tipo de entelequia como la mente, la razón, la personalidad, etc., esto ha engendrado que de ese polo quedara todo lo virtuoso. El verdadero espacio donde se habita el mundo. Por consiguiente la experiencia es encapsulada allí. Y del cuerpo ¿que queda?
Siendo apenas un envase, sin mayores profundidades ni complejidades. Siendo apenas un vehiculo para el ser. Una propiedad que arrastramos como un lastre y nos imposibilita ver la realidad trascendental que siempre es abstracta, porque todos sabemos que lo importante es lo de adentro ¿no?

Siendo así las cosas. El cuerpo solo será valorado como una extensión molesta pero necesaria. Por ello se lo resguardara como a una propiedad. Ya conocemos el slogan feminista pro aborto “Las mujeres tenemos derecho a disponer de nuestro cuerpo” Mas claro imposible. Lejos de pensarnos como una totalidad inescindible, o como diría Heidegger “somos nuestros cuerpos”. Estos emergen como “algo”, cosificado, por fuera de nosotros y sobre lo que tendríamos derecho de disponer…
Por ello, un mundo en el que lo mas importante es garantizar el derecho a la propiedad no puede sino desvelarse por que el cuerpo sea una cosa cuyo riesgo este fuera de la discusión. Allí radica la obsesión por la seguridad corporal.
Según Foucault esta sociedad no mata (salvo la pena capital que solo existe en poquísimos casos) sino que garantiza su benevolencia encerrando a los sujetos improductivos en cárceles y hospicios.
Tratados internacionales, hacerca de la guerra o los derechos humanos, imbocaran el rasgo humanitario en la abstencion del verdugo de vulnerar el cuerpo. De este modo se garantiza que la experiencia sea siempre solo simbólica. Que las consecuencias de los actos se castiguen, tal vez, pero que no se impriman en el cuerpo.
Cirujia, cosmetica y farmacopea mediante, el cuerpo se desintegra en la virtualizacion de su imagen. Renunciando al cuerpo, la posmodernidad lo recupera en la imagen del cuerpo que hacia fuera se requiere. Alli, la imagen del cuerpo, aparece Como el sitio de las potencialidades y posibilidades de mejoramiento del ser. Pero una imagen se cultiva a prueba de toda macula, de toda marca de la experiencia, se conserva contra la historia y el paso de la historia. Que en definitiva es marca y señal de vitalidad, de haber realmente habitado este mundo.
En la antigüedad, durante las invasiones romanas por ejemplo, el dicho vidi, vini, vincy ponía de manifiesto que ente la derrota en batalla lo primero que los vencidos perdían era su propia vida. El derecho de habeas corpus, fue posteriormente un privilegio de la nobleza. Una alienación de la clase dominante que renunciaba a exponer su cuerpo, ya que en caso de ser detenidos o vencidos por un ejército rival, los nobles invocaban este derecho a no ser tocados en su cuerpo.

Con la revolución francesa la burguesía doblo la apuesta y socializo así la alienación nobiliaria, haciendo extensivo a todos los ciudadanos la ficción de la impunidad de su carne.
Es que hay algo verdaderamente distorcibo cuando una persona injuriada en lugar de cobrarse la reparación en sangre, no digo la vida, pero si un combate; lo hace recurriendo a una corte y midiendo el tamaño del agravio en una suma de dinero resarcitoria!!!
Como es eso que ante la perdida de un miembro por parte de un empleado, un patrón se limita a pagarle sumas de dinero, las cuales hasta están cuantificadas respecto del miembro o el grado de incapacidad generada?

Apretan con rabia sus dientes el protector. Han renunciado hace mucho ya a una nariz perfecta, no temen a las marcas de la historia. Miden con el entrecejo fruncido cada golpe.
Y es que hay un oscuro designio que subrepticiamente los arrebata. Yo mismo he alucinado la cara de cretinos que han ofendido mi buena fe, asomar generosamente su rostro en la superficie de la bolsa. Por eso se, que mascullando silencio, detrás de cada golpe puja la frustración de quien nació para la guerra y solo puede tolerar los mandoneos de un capataz. Y con cada descarga emergen ante el aquellos en quienes se confío, se tendió la mano franca, y sin embargo nos han burlado apuñalándonos por la espalda. Y que en ese descomunal upercut no hay mas que el dolor de una mujer ausente… y tal vez en el mismo deseó de su regreso radique su fuerza.
Es que cuando todo lo demás se desmorona. Cuando a pesar de contar con las virtudes exigidas, la vida lo abofetea a uno, los puños desconocen jerarquías. Imponiéndose por su propia lógica habilitan la reparación de las ofensas. Castigando, en la figura de un ribal, un destino inmerecido restablecen el honor de los vencedores. De los justamente vencedores, ya que en el cuerpo que combate no hay distinción social como argumento. Solo hay dos, cara a cara. Uno ganara y en el mismo acto probara ser digno de tal victoria. Otro caerá, probando allí su insuficiencia. Apuestas de suma cero.
Esta verdad milenaria a sido enmascarada en la modernidad bajo el eufemismo de “deporte”. Sabemos que no se trata de eso. Se trata de la gloria en el campo de batalla. Se trata de ingresar a la historia de la única manera posible, que es poniéndonos en riesgo. Lo deportivo, es un adjetivo amorigerador. En el fondo lo que opera es la lucha. La noble lucha. Etica y justa. Aquella que premia y bendice la destreza y la dedicación sin mediaciones de ningún tipo, mas que la rotunda confirmación de un knockout hasta la lona...