Digreciones sobre arte y vida





Esta es sin duda una época singular. La palabra amor circula con desmesurada facilidad mientras que otras como revolución casi no pueden ser pronunciadas sin sonrrojamientos.

Una de las características de este momento es la impunidad que la cultura representacional otorga. Todos podemos comunicar, sin necesariamente mantener vinculaciones con lo comunicado. En tal sentido, la clara imposibilidad del arte radica en la paradoja de que, en el borroso espacio que socialmente se le ha designado, a medio cabalgar entre la distinción “culta” y el entretenimiento masivo, no deja de interpelarnos como el último atisbo de iluminación profana que la secularización/desencantamiento del mundo nos permite; a la par de que su poder interpelador se diluye al no bien cerrar el libro, aparecer los títulos, o con la ultima nota del compás.

Sin embargo, este embelezo que podría rastrearse hasta los ritos dionisiacos, en los que a través del canto de las bacantes en el que poesía (poiesis), música y danza producían el efecto de despersonalización, mediante el cual los sujetos podían salirse de si mismos para abrasar algo trascendente, algo que ellos entendían del orden de la naturaleza del dios (del mismo modo que las reuniones evangélico pentecostales hoy día). Esta despersonalización, como la orgia comunal tan practicada por los pueblos antiguos, apuntaba a un desalienearse de la individuación para salir al encuentro de algo que nuestra cultura antropocéntrica no podrá traducir sino como en “el encuentro de los otros” .

No somos, sino en comunidad. Y el arte no es mas que el artificio que a través de los siglos continua tendiendo puentes entre nosotros y los otros que nos antecedieron. Asi como nosotros dirigimos nuestras propias cartas de amor a quienes vendrán, en cada producción artística de nuestro tiempo.

Sin embargo, la autonomía que el arte a ganado respecto del rito, así como de las demás areas de la vida, dista bastante del lugar que antaño ocupo, cuando lo útil y lo bello lejos estaban de escindirse tan trágicamente como la industrialización a propuesto desde hace algunos siglos. Hoy día el diseño y el confort han tratado de reauratizar lo producido pero ya no bajo la marca de una subjetividad creadora capas de imprimir y vehiculizar sentidos a través de sus huellas, sino bajo el lato signo del consumo y sus pretensiones identitaria como argumento.

Pero la escisión nodal entre arte autonomizado y herramental de uso, creo, se ubica cuando los ritos sacros comienzan a monopolizar la producción artística, dejando a la artesanía como una forma estética degradada dados sus usos mundanos y utilitarios. La vieja condena al trabajo manual como forma rustica y primitiva de la producción que las elites intelectuales (clero y gobernantes) no podían dejar de desdeñar.

Una vez en el polo de lo sacro, el arte se escinde del mundo para ocupar un sitial santo (etimológicamente: apartado por Dios). Más tarde, con su secularización, su lugar de autonomía continuo, aunque por otras vías. Podríamos ubicar aquí el momento del surgimiento del romanticismo y de la bohemia en las postrimerías de este, como una reacción al positivismo utilitarista y una cierta continuidad con la idea de sacralidad del arte solo que de modo profano. Paralelamente, los pueblos jamás abandonarían su producción de simbólicas, pero reservadas a los momentos de ocio dadas sus condiciones de explotación y enfrentadas al mundo del trabajo.

Esta confrontación con el mundo profano es lo que hace de la estética algo ideal. Un lugar desde el cual se puede fantasear, especular, cuestionar, repensar, todos los aspectos de la vida. El problema es que solo se accede a este universo a través de su representación. No hay real, apenas representado. Por ello recurrimos al arte, por nuestra imposibilidad de vivir todas las vidas deseadas. Por ello consumimos ficciones de otras épocas, o de universos imaginados por otras subjetividades. Para compartir (hacernos parte) de otras experiencias a las cuales la cotidianeidad nos inhabilita para vivenciar. Y esa es también la trampa. Precisamente por ello Platon, en un acto de totalitarismo sin precedentes, postula echarlos de la republica, ya que a diferencia del sabio, el artista no busca la verdad sino apenas su copia.

Los movimientos políticos de la modernidad siempre miraron con un ambiguo recelo a los artistas, por una parte anhelaban sumar su adhesión para el despliegue de consensos ideológicos, por el otro desconfiaban de la libertad critica que la creación requiere. Hay que hacer la revolución para que el arte sea libre y el arte debe ser libre para hacer la revolución, llego a postular Trotski en un acto de cínica demagogia. Sin embargo su aforismo no deja de evidenciar la estreches o vinculación entre los términos arte, libertad y mundo.

Me resisto a creer que el arte sea solo expresión hedonista de nuestra propia finitud. El arte enriquece conmoviéndonos (moviéndonos hacia delante) respecto de una nueva manera de entender las cosas. Sin embargo, esa nueva lucidez critica que el verdadero arte introduce. Esta conmoción que resignifica nuestra mirada de las cosas. Al estar encapsulada en la esfera estética. Es decir, ser algo del mero orden del discurso representacional. Parece exento de comprometernos a vivenciar sus postulados.

Muchos hacen una novela de su vida. ¿Pero quien toma el riesgo de vivir como en una novela? ¿Quién abraza sus propias quimeras y las juega a todo riesgo contra viento y tormenta, con pasión, convicción y hasta contradicciones como los personajes que tanto nos inspiran en la ficción? ¿Quién hará concientemente de su vida una historia bella de ser relatada, cuando nuestra cultura solo reclama mesura y pasivo consumo?

Los románticos primero, los surrealistas después, en un mundo irremediablemente secularizado trataron de superar la escisión entre arte y vida. Hubo un mundo real que se les interpuso trágicamente. Y que seguirá interponiéndose si no nos decidimos a tomar de una vez y para siempre el asunto en nuestras propias manos, haciendo carne la máxima de Nietzsche:
Vivamos. Pero vivamos peligrosamente!